Esta imagen, que pudiera corresponder tan sólo a una extravagante escena cinematográfica, tiene sin embargo una profunda connotación de realismo. Y es el impacto traumático que el fútbol puede alcanzar en estos tiempos sobre la sociedad.
¿El origen? No se discute, pues compromete a quienes encarnan la generación del odio, del ego más allá de las estrellas y del poder al precio que sea. Los violentos que posan de hinchas. El mundo distinto al suyo no existe o, de pronto, resulta inferior. Su dios fundamental son los patrones mal copiados de sociedades violentas y consumistas.
Uno de sus delirios más recurrentes está en los decibeles extremos de la cotidianidad: ya en lo que conciben como música, ya en el tono desaforado del lenguaje verbal -porque en el escrito a duras penas rasguñan su firma o su alias-, ya en sus cánticos monocordes, ya en el alarido de ला víctima apuñalada, ya en el fogonazo de sus armas, que esgrimen y descargan a su antojo o por el simple reflejo natural de su condición suprema.
Redunda decir que en su ocio proverbial son devotos de los juegos de maquinitas, de los corrillos en las esquinas del barrio, del puño y la patada en la broma, del piropo con alusiones sexuales crudas, de los cigarros armados con sustancias sicotrópicas, del licor por galones. Son omnímodos y descreídos, su única y verdadera razón de vida son ellos mismos a su manera
Abarrotan los estadios para oficiar unos cultos que son una especie de argamasa entre la coreografía castrense, lo bufonesco, lo demoníaco y lo ridículo y peligroso de subir y bajar las gradas en tumulto, o lo estúpido de ponerse a saltar hasta el desplome de la tribuna, para festejar lo que nunca ven. Respiran irremediablemente convencidos de que son parte dizque del espectáculo del fútbol, al cabo del cual alcanzan el éxtasis saliendo en manada a pulverizar vitrinas y a saquear el comercio vecino... ¡inclusive porque su equipo ganó por goleada!
sábado, 31 de marzo de 2007
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