jueves, 9 de octubre de 2008

Sandra Ávila Beltrán, La Reina del Pacífico

Aún reducida al rincón más peligroso y por lo mismo más celosamente custodiado del penal de Santa Marta Acatitla, en la Ciudad de México, Sandra Ávila Beltrán, auténtica leyenda en el universo del narcotráfico, es, en toda la extensión de la palabra, la soberana del lugar, al que fue confinada el 28 de septiembre de 2007 en medio de un operativo policial digno de Osama Bin Laden y a la vez de un despliegue mediático propio de una diva de talla mundial.

La suerte y las circunstancias que rodean la historia de este ícono femenino del crimen organizado en su país, donde es archifamosa como La Reina del Pacífico, obligan a replantear una creencia bastante extendida sobre las perspectivas socioeconómicas de la pobreza en México, y según la cual las mayores esperanzas de los sectores marginales han dependido hasta ahora de la fe: La Virgen de Guadalupe y la Lotería Nacional. Aún con sus secuelas de corrupción, impunidad y sangre, hoy, cuando se expande a pasos agigantados, el fenómeno del narcotráfico parece constituirse en una importante alternativa nacional contra las tribulaciones sociales.

Guardadas proporciones, la personalidad de La Reina del Pacífico en algo parece encarnar al personaje de Amalia de los Robles, protagonizado por Dolores del Río en la película Bugambilia (1945), basada en una obra del poeta, escritor y dramaturgo mexicano Rodolfo Usigli (1905-1979). Bella y pérfida, la protagonista de aquel filme mereció de su infausto amado sentencias poéticas como "(...) Nada más me reconcilia tu belleza con mi suerte ¡Eres mi amor y mi muerte, planta de la Bugambilia!". Cierto rol de heroína atribuido a la narco-diva por sus admiradores despierta sentimientos de índole similar en un amplio sector de la población masculina.

Por lo pronto, ni la inminencia de su extradición a los Estados Unidos, ni el riesgo sutil de morir envenada parecen menosacabar el espíritu apacible de Sandra Ávila, cuyo optimismo frente a la suerte que le espera en los tribunales es ampliamente manifiesto.

A los 46 años, 1.75 m. de estatura, su porte de modelo, su lozanía, su buen manejo de la espontaneidad, su talante irreductible y su impronta de mujer ejecutiva y también ambiciosa, describen un perfil que, emotiva y racionalmente, desconcierta, conmueve y hasta subyuga al más apático observador. El poder que detenta dentro de la organización a la cual la vincula la justicia, y que al parecer sigue ejerciendo dentro y fuera de la reclusión, marca un contraste verdaderamente sobrecogedor con su aire desprevenido y afable, que parece rayar con la ingenuidad, y con el timbre de voz adolescente.

De ello y de mucho más pueden dar cuenta escritores como el laureado español Arturo Pérez Reverte cuya novela La Reina del Sur es en parte producto de la seducción que le produjo la historia de La Reina del Pacífico. Éxito internacional, pronto el libro podrá serlo también de taquilla, una vez el autor resolvió, entre decenas de ávidos productores de Hollywood, vender los derechos de su obra.

El estilo de vida y trayectoria de esta mexicana están aún en mora de inspirar muchos más libros como el anterior, pero sobre todo como el del periodista mexicano Julio Scherer García, autor de La Reina del Pacífico: Es la Hora de Contar, quien la describe como una de las cabezas más poderosas del narcotráfico en México y, debido a sus supuestas relaciones en Colombia, posiblemente también en América Latina. Ambos acordaron una serie de entrevistas, que culminó en la edición de este libro.

Según expertos, se trata de un documento imprescindible por la pesadilla que vive hoy el país; por la calidad del autor, uno de los consagrados del periodismo mexicano, y por la importancia de la entrevistada. No debe verse como un abecé del narco, aunque todos los que importan están aquí. Es más bien una especie de mea culpa cargada de datos cifrados, un viaje guiado por el inframundo, un mapa que permite atar cabos.

“Yo no soy turista en el mundo del narco”, ha confesado ella, previa aclaración de que “he estado allí, y no tendría sentido que negara la realidad. Pero eso no me hace delincuente.”

La Reina del Pacífico confirma la indignante relación cotidiana entre los capos de la droga, los policías y los militares, y pone en entreciho que los muertos y el dinero invertidos por la sociedad y el Estado mexicanos durante los últimos meses sirvan de algo para contener el fenómeno. Además, demuestra que la corrupción es el origen de ese monstruo ingobernable. Sin hacerlo explícito, cada una de las historias que teje la dama hacen ver cuán ridículas, demagógicas e ingenuas son las acciones del gobierno de Felipe Calderón: la militarización sin labor de inteligencia, la persecución que no hurga en el sistema financiero.

A pesar del enorme poder de su contenido, no es este un libro de denuncia. Con menos información, autores sin escrúpulos lanzan dos y tres libros al año en los que presumen redescubrir “la realidad” sobre temas que venden en las mesas de novedades, tales como el caso de las miles de mujeres muertas en Ciudad Juárez, los "mataviejitas" o los caníbales causantes de la masacre de género en esa ciudad norteña de México.

Conocedores de Sandra Ávila estiman que ésta podría no ser La Reina del Pacífico. “¡Qué va! Inclusive, bien podría ser inocente de los delitos por los que el gobierno federal, en su campaña de espots, ya la condenó sin juicio. Pero Sandra Ávila es, y aquí se confirma, parte importante de lo que ella misma define como la sociedad 'narca'”.

De acuerdo con las mismas fuentes, el libro de Scherer García “es virtuoso al describir este aspecto: pocas veces ha quedado tan claro que el tráfico de drogas es el negocio oficial en buena parte del territorio nacional, y que las intangibles ganancias que genera, así como el tiempo que ha durado, han permitido 'formar' a miles de mexicanos en el negocio. También queda en evidencia que los herederos van tomando, de manera natural, las riendas de la policía, los cárteles o la administración pública como si fueran (y en muchas regiones lo son) una misma cosa”.

Del libro, aparte del encanto del personaje, llaman la atención dos detalles, no menores. Por un lado, el coqueteo permanente entre el autor y la entrevistada; lo suda todo el texto, y es parte de su atractivo. Un ejemplo:

"Sobre el escote de Sandra Ávila no dejo de admirar la cruz que cuelga de una larga cadena. La cruz mide unos cinco centímetros y llega al inicio de la apertura de los senos. Podría ser una pequeña obra de arte, pienso.
—Mi mamá la heredó de su madre y mi madre me la regaló la última vez que nos vimos. Yo ya estaba en la fuga. ‘Que te cuide’, me dijo mi mamá entre caricias y sollozos. Aún siento sus ojos en mi cara y sus lágrimas en mis lágrimas. No me la quito nunca.
—Es hermosa –subrayo con el deseo de que desprenda la cruz de su cadena y así pueda mirarla detenidamente, sostenida en la mano.
—Se la muestro –me dice sin desprenderse de la cruz.
—Una joya".


Sin duda, aquí el periodista está interactuando con su fuente. No es el autor que se repita en otras entrevistas del propio Scherer, cuando en creaciones anteriores plantea el intercambio de regalos con otros famosos del bajo mundo como Carlos Hank González (en La terca memoria) o el tuteo con Rafael Caro Quintero (en Cárceles), por ejemplo.

Detalle significativo del libro estriba en la elegancia de las respuestas de la mujer, profundamente inteligentes y estructuradas. Sandra no es Caro Quintero ni Miguel Ángel Félix Gallardo; no es Joaquín Guzmán, ni Héctor Palma ni los hermanos Arellano Félix. Ella creció y convivió con ellos, pero a su lado estos lucen serranos, campesinos. La pulcritud de sus palabras compite, en amplios tramos del libro, con las del mismo entrevistador (de quien, confiesa, nunca había escuchado): “La sangre de la muerte real no se ve en las pantallas ni queda en los ojos. Es sangre inocente que no se pierde y duele para siempre. Sabría en la edad adulta que esa sangre pasa a reunirse con la propia sangre", dice ella.

Es así como la Sandra Ávila que dibuja Scherer no usa las entrevistas para desahogarse. Más bien parece calcular el impacto que proyectaba tener el libro. "Lo más sucio, pensaba mi marido, estaba en el gobierno. Sus hombres, y algunas mujeres ya hasta arriba, se quedaban con mucho, que todo nadie lo tiene. Por ejemplo, Martha Sahagún —la segunda y muy controvertida esposa del expresidente Vicente Fox— pertenece a esa especie: sin fortuna en la mañana y ya rica en la noche", asegura la entrevistada.

Nacida en Tijuana, Baja California, y convertida en todo un mito para las autoridades federales, para los medios de comunicación y para la sociedad mexicana, la captura de Sandra Ávila Beltrán constituyó —al menos mediática y políticamente— uno de los logros más sonoros del presidente Felipe Calderón, quien no tardó en aparecer en la televisión para cobrarlo como un hito de su gobierno en la lucha contra el tráfico de drogas ilícitas.

Musa de los más populares corridos norteños —narcocorridos como se les conoce— por cuenta de La Reina del Pacífico se han vertido océanos de tinta, así como son copiosas las alusiones en la radio, la televisión y en internet. Las referencias del caso tratan no sólo sobre su prontuario —al parecer jurídicamente discutible por la falta del debido proceso—, sino acerca de su enorme fortuna y aspectos de la esfera personal, como sus amores y desamores, su estado anímico o su día a día, que avivan la curiosidad y las pasiones de la audiencia. Como si se tratara de un reallity, su protagonismo se confunde hoy con el detrás de cámaras de la farándula.

Miles de mensajes de admiración y solidaridad hacia esta celebridad entre rejas pululan en el ciberespacio, inclusive en portales como Facebook y Myspace, donde una nutrida comunidad de fans proclama su inocencia y pondera su inteligencia, belleza y sensualidad, inclusive por parte del género femenino para el que resulta un paradigma. Así mismo, comentarios en diarios virtuales y en blogs exaltan a su soberana, a quien prodigan frases acarameladas y eróticas, al mismo tiempo que lanzan consignas en favor del narcotráfico como alternativa contra la pobreza ancestral en México y en el continente latinoamericano.

Aspecto verdaderamente escalofriante en páginas web relacionadas con La Reina del Pacífico y con los carteles en disputa por la hegemonía en el suelo mexicano son los crudos mensajes que en ellos publican miembros de las diversas organizaciones delictivas, y a través de los cuales se lanzan manifiestas amenazas de muerte. Mientras ello ocurre, el gobierno de Felipe Calderón insiste en sostener que no dará tregua a los sindicatos del crimen. Este blog compendia algunas referencias periodísticas sobre "la belleza pérfida" que es comidilla entre sus conciudadanos.




Así cayó La Reina...

A la hora de ser fichada, La Reina del Pacífico pidió su maquillaje.

Por Carlos Jiménez
Crónica de México

MEXICO, D. F., 5 de Octubre de 2007. Cuando vio la cámara frente a ella, se detuvo. Estaba rodeada de agentes que vigilaban cada uno de sus movimientos. Faltaban unas horas para que la encarcelaran… Aún así, levantó sus manos esposadas para alcanzarse el cabello. Y con una voz risueña La Reina del Pacífico dijo: “Voy a salir muy fea, ni aretes traigo. Déjenme maquillar…”.


Quienes estaban ahí no pudieron aguantar la risa. Pero el diálogo antes de retratarla para su expediente no terminó en ese momento:

—Le vamos a tomar unas fotos, la vamos a hacer famosa, le dijo quien estaba por capturarla.
—Es que famosa ya soy. Yo soy la reina…, respondió con tono irónico Sandra Ávila Beltrán.

Después entró al baño. Se acomodó el fleco. Se mojó un poco el rostro. Desenredó el rosario que colgaba de su cuello, y salió con una sonrisa para las fotos.


Había pasado ya poco más de dos horas desde que un grupo especial de la Agencia Federal de Investigación (AFI) la detuvo en el estacionamiento del Vips de San Jerónimo Lídice.


Dos de los elementos que la capturaron hace una semana lo recuerdan. Y aunque saben que ya forman parte de la historia lo relatan a Crónica, a condición de no revelar sus identidades. Porque les puede costar la vida.


Atrás había quedado el único momento en que la mujer originaria de Tijuana se mostró desorientada. “Derrotada”, dijeron sus captores.


Los policías cuentan ese instante. La mirada de Sandra Ávila Beltrán estaba clavada en el piso. El cabello castaño apenas dejaba entrever su rostro.


La Reina del Pacífico respiró profundamente y les dijo: “soñé hace tres días que me iban a detener”.


Y pidió su teléfono celular para “avisarle a mi hijo y a mi mamá que estoy bien, que me están tratando bien, que no se preocupen cuando me vean en la tele…”.


Unos minutos antes el grupo de agentes de la Secretaría de Seguridad Pública Federal (SSPF) le pidó que bajara de su camioneta: efectivamente la acababan de aprehender.


Los más de tres años de investigación que llevaban los policías tenían su recompensa.


La mujer buscada por autoridades de nuestro país y Estados Unidos, la líder de narcotraficantes mexicanos y colombianos estaba frente a ellos, desarmada y sin escoltas.

Captura de película

Desde las 10:15 de la mañana del viernes 28 de septiembre, Sandra Ávila había llegado al restaurante al sur del Distrito Federal.

Ahí se reunió con un hombre y una mujer con quienes desayunó y que le decían Daniela. “Eran dos personas ajenas a los negocios ilícitos”, cuentan los agentes.

Para llegar a ese lugar, la tijuanense salió sola de su casa. Como nunca lo hacía, iba sin los autos que la cuidaban en todo momento.

En ocasiones usaba una camioneta BMW. También un auto de la misma marca, o alguno de los dos Mercedes Benz. Muy ocasionalmente utilizaba el Mondeo.

Cuando ella salía en alguno de los carros, dos o tres personas la seguían en otro. “Eran sus muros”, describen los investigadores.

“Era una mujer que se cuidaba mucho. Casi nunca se bajaba de sus autos. Cambiaba mucho sus rutas. Cuando llegaba a casa daba dos o tres vueltas por otras calles. A veces se frenaba en pleno Periférico sin motivo alguno… todo para estar segura de que nadie la seguía”.

Pero ese día fue diferente. En su camioneta BMW negra salió rumbo al Vips. Sin dar vueltas innecesarias. Sin sus “muros”. Sin armas.

Y al llegar al lugar se sentó en un gabinete del restaurante. Junto a una ventana.

En las manos sólo llevaba su bolsa. Dentro de ella dos tarjetas de crédito HSBC, tres teléfonos celulares, unas gotas para los ojos y un juego de llaves.

Tres agentes entraron al restaurante como si fueran clientes. Dos se sentaron a una mesa y otro más hizo lo mismo a unos metros de ella.

Ella nunca los reconoció. Vestían de traje, tomaban café. “Creí que eran abogados, licenciados, cualquier cosa. Nunca que fueran federales”, confesaría después.

A través del cristal otros agentes la vigilaban desde afuera. Unos se escondieron en las cajuelas de sus autos. Otro más logró tomarle una foto a lo lejos.

“Logramos obtener un retrato en ese instante. Y lo enviamos a nuestra central. Ahí nuestro mando revisó la imagen, la comparó con los archivos y en unos minutos nos dio la orden: Es ella; adelante con la detención”.

Sandra Ávila estuvo horas en el restaurante. Pagó la cuenta y todavía platicó con sus acompañantes durante 35 minutos en la entrada.

El tiempo era desesperante para los agentes. El miedo a que los descubriera los invadía.

Aunque había agentes apostados en algunas calles cercanas, todo podía suceder con una mujer “tan querida por los grandes narcotraficantes”, como la describen los investigadores.

Pero al final salió del restaurante sin llamar a nadie. Caminó hacia su camioneta y subió a ella. Estaba por encender el motor cuando escuchó una voz afuera de la ventana: “Policía federal, baje de la unidad”.

Los pequeños ojos de la tijuanense se abrieron más de lo normal. “Quizá pensó que la íbamos a secuestrar. O que éramos de algún grupo rival”, platican sus captores.

Con la voz un poco nerviosa ella les dijo:

—No es cierto. Ustedes no son federales, vienen de otro lado.
—Somos policía federal. ¿Cómo se llama?
—No, no es cierto. Ustedes vienen de otro lado. Yo soy Sandra… Sandra Ávila Beltrán…
La mujer ya no habló más.

Los agentes la subieron a uno de los automóviles de la policía. Le pidieron el boleto del estacionamiento y ella se los dio para pagarlo.

Luego de entregar 28 pesos en la caseta del estacionamiento, todos salieron de ahí. La señora iba sentada en el asiento trasero de una de las unidades.

“Ni siquiera me mostraron sus identificaciones. Ninguna orden, nada…” fue lo primero que dijo La Reina del Pacífico cuando la llevaban ya rumbo a la Procuraduría General de la República (PGR).

Sandra, novia, amante y esposa de capos y policías

Portal web Urgente24


"Los narcos ya imponen autoridades a la luz del día, imponen a los presidentes municipales, los jefes de seguridad, los que les importan", dice Sandra Ávila Beltrán, y ella habla con conocimiento de causa. Conoce como pocos el interior de las bandas criminales que protagonizan una espiral de violencia por el control del tráfico de droga en México. En ese mundo ella nació y creció.

Emparentada con figuras conocidas del negocio -la Fiscalía asegura que es sobrina de Miguel Ángel Félix Gallardo, El Padrino, jefe de jefes del narco mexicano en los años '80, a los 45 años Sandra ha sido novia, amante y esposa de capos y comandantes de policía.

Las autoridades mexicanas y la DEA (agencia antidrogas de E.U.), que la persiguieron durante años como pieza clave en el tráfico de cocaína a través de la zona marítima, desde Colombia a USA, vía México, la bautizaron La Reina del Pacífico, hasta su captura en la ciudad de México, el 28 de septiembre de 2007.

Y no se equivocaron: Sandra Ávila Beltrán es una mujer atractiva en un mundo de machos, dueña de una fortuna importante, fascinada con las joyas —la Fiscalía le decomisó 179 piezas—, siempre cerca de los poderosos dentro y fuera de la ley, siempre en el filo de la navaja, con una vida donde la riqueza y la muerte han sido protagonistas.

Fuentes policiales aseguran que Ávila Beltrán, nacida en Baja California, ha sido esposa de dos comandantes de la Policía Judicial Federal y amante de otro más. Pero ella también mantuvo relaciones sentimentales con los capos Ismael El Mayo Zambada, Ignacio Nacho Coronel Villarreal y el colombiano Juan Diego Espinosa Ramírez, El Tigre.

Precisamente, su nombre tomó relevancia en diciembre de 2001, cuando se decomisó en el puerto de Manzanillo un embarque que Ávila Beltrán operaba, junto con El Tigre, con 9.5 toneladas de cocaína.

La Reina del Pacífico también hizo negocios con Joaquín El Chapo Guzmán y con los Quintero. Sandra vivía en el fraccionamiento (barrio privado) Puerta de Hierro con su único hijo, de 16 años de edad.

Como pantalla para justificar sus ingresos, ella abrió dos clínicas de bronceado en Providencia y Jardines de San Ignacio, llamadas Electric Beach, atendidas por familiares de El Tigre. En Puerto Vallarta también tenían un local de baños sauna.

En la Operación Volcán, dirigida contra El Tigre, las autoridades decomisaron más de 230 fincas, ubicadas entre Hermosillo y Guadalajara, muchas de ellas a nombre o bajo algún alias de Ávila Beltrán.

Cuando la policía y la DEA llegaron a San Jerónimo y se la llevaron para la foto oficial de captura, ella posó sonriendo.

Antes de amar al colombiano Juan Diego Espinoza, sus ojos grandes con comisuras de almendra y su origen bajacaliforniano le ganaron el mote de La Venada; así era para la familia, para 'los grandes', como ella llama a los capos con los que se codeó desde su infancia.

Hasta cuando La Venada, de Tijuana, y El Tigre, de Bogotá, unieron sus destinos, y surgió el alias de La Reina del Pacífico. Él se convirtió en uno de los nuevos ricos en Guadalajara, ella se transformó a su lado en una audaz operadora financiera, con negocios propios e inversionista en el ramo inmobiliario. Ambos crearon un entorno de familia próspera y feliz, junto al único hijo de Sandra, Silvestre José Luis Fuentes Ávila, en Sendero de Los Pinos 61.

Sandra se encuentra acostumbrada a subir y bajar de autos caros: Un BMW negro y blindado fue el obsequio de El Mayo Zambada para su seguridad, tras el secuestro del Silvestre, y para dejarle al joven, ya rescatado, la Ford Lobo, también negra y blindada que tenían en la cochera. El día de su captura ella conducía una camioneta BMW.

Pero su expediente se encuentra limpio: ella nunca aceptó cargas de droga en pago; otros vendían, ella cobraba siempre en efectivo e invertía en propiedades y negocios lícitos.

Los investigadores que le seguían los pasos tras el decomiso de 9.5 toneladas de cocaína del buque Macel comentaban sobre las llamadas que recibía en su casa o celulares y los nombres, apellidos o apodos que en ellas surgían: El Mayo, Coronel, Caro, Beltrán y El Chapo: la Federación de Capos del Pacífico.

Pero también comentaban sobre su agradable figura, su trato amable, su buen gusto en el vestir, con ropa de diseñador, sus bolsas costosas y sus gafas de buena marca, de preferencia grandes y oscuras.

El 28 de septiembre de 2008 Sandra cumplió un año en prisión. Y habló con un periodista veterano y respetado: Julio Scherer García, ex-director del diario Excelsior, y de revistas como Plural y Proceso.

Durante meses, y a los 82 años, Julio visitó una o dos veces por semana a Sandra, y las conversaciones transcurrieron en la sala de juntas del penal. "Sin testigos", aclara el periodista. De aquellos diálogos ha salido un libro, La Reina del Pacífico: Es la Hora de Contar, que acaba de publicar en México la editorial Random House Mondadori.

La hora elegida por Sandra Ávila para hablar coincide con un periodo extremadamente violento en su país. Secuestros, tiroteos, asesinatos, decapitaciones son moneda común en numerosos puntos de la geografía mexicana. Las víctimas son, en su mayoría, delincuentes y policías vinculados con el crimen organizado, pero los últimos zarpazos de las bandas de secuestradores han golpeado a familias ajenas a ese mundo. El Gobierno, acorralado, ha convocado a todos los poderes del Estado para hacer un frente común contra la inseguridad.

Sandra Ávila cuestiona al presidente mexicano, a quien acusa de imputarle sin pruebas: "El día de mi captura, Felipe Calderón se lanzó en mi contra. Dijo que soy el enlace con los carteles de Colombia. Llegó a decir que soy una de las delincuentes más peligrosas de América Latina y en su ignorancia me llamó La Reina del Pacífico o Reina del Sur, así, literalmente".

El mayor de los siete hermanos de Sandra fue asesinado en su ciudad natal, Tijuana. Antes, su primer esposo, José Luis Fuentes, comandante de la Policía Judicial, fue apuñalado cuando su único hijo apenas tenía año y medio.

"Era muy noble, pero muy violento", recuerda. "Siempre andaba armado con su pistola y el cuerno de chivo al hombro. Era valiente, sus guardias morirían por él y él moriría por sus guardias. No se me quita de la cabeza que José Luis murió a traición. El cuchillo por la espalda, de lo que el mundo del narco está lleno".

¿Por qué el crimen? "Alguien estorbaba", relata Sandra Ávila. "Ese alguien era mi esposo. Tenía muchas relaciones con comandantes, con militares, con gente de gobierno. En ese ambiente supongo que daba protecciones y hacía arreglos".

Su segundo marido, Rodolfo López, con quien convivió 5 años, fue un agente de la Fiscalía y trabajó en el Instituto Nacional del Combate a las Drogas. "Mi marido tenía una empresa de tráilers. Yo sabía qué transportaban, pero no conocía los pormenores del negocio".

Rodolfo López murió apuñalado cuando estaba ingresado por una infección grave en el hospital de Hermosillo (Sonora). Un comando de tres encapuchados eliminó o neutralizó a los vigilantes.

Tres años después secuestraron al hijo de 15 años de Sandra y lo liberaron a los 18 días, después de pagar US$ 1,5 millón a cambio de su vida. Otras versiones hablan de cinco millones de dólares. La madre cree saber que las fuerzas de seguridad estaban implicadas.

"Me di cuenta de que el policía traidor, desde la casa, avisaba a los secuestradores. El comandante antisecuestros de Guadalajara fue quien mandó al policía a espiar a nuestra casa. Los policías protegen a los delincuentes o actúan como ellos", cuenta Sandra.

Algunas de sus amistades peligrosas tienen nombre y apellido: Rigoberto Campos Salcido, jefe de la Interpol en Tijuana, hasta que un día se enteró de que Rigoberto quedó sin brazos. "Unos dicen que los perdió trabajando en su rancho, en Mexicali; otros, que llegó la gente hasta él y se los cortaron".

Ella no niega su pertenencia al mundo del narco. En su círculo familiar están los Beltrán Félix y los Beltrán Leyva, dedicados al narcotráfico desde hace tres décadas. Entre sus amistades destacan Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, máximo jefe del poderoso cartel de Sinaloa; Ignacio Coronel Villarreal, Nacho; Ismael Zambada García, El Mayo; los hermanos Caro Quintero. Todos ellos, grandes jefes.

Su apodo ha quedado inmortalizado en la canción Fiesta en la Sierra, que cantan Los Tucanes de Tijuana, uno de los grupos más populares de México, que evoca la fiesta de cumpleaños de un jefe narco en un rancho al que los invitados, gente importante, capos de la droga y altos oficiales, llegaron en helicópteros o avionetas. Sandra Ávila, que estuvo en aquella fiesta, lo explica así en el libro: "Los aviones, blancos, alineados, se parecían a los estacionamientos de automóviles".

En una zona apartada, lejos de la gente, lejos de la música y junto al hijo de un comandante, estaba El Chapo Guzmán, el hombre más buscado de México desde cuando escapó de la cárcel, en enero de 2001.

"¿Quién lo soltó? El Gobierno. Yo lo vi en una fiesta. ¿Cuántos más no lo habrán visto en otros lugares, en otras fiestas?", se pregunta Sandra.

"Ya puedo decir que he enviudado tres veces. Vivo entre dos fuegos: el Gobierno, que me sacrifica a su política, y el narcotráfico, que me destruye con la muerte de personas que son mi vida, yo misma", afirma ella.

La historia de su vida fue reconstruida pieza a pieza, de entre las múltiples hojas de expedientes que la Procuraduría General de la República y la DEA han acumulado en años sobre Sandra Ávila y que incluyen referencias a padres, tíos, hermanos, parientes políticos y amistades.

Llevar en el equipaje de mano más de US$ 1 millón por viaje era algo normal para ella, como consta en los archivos de la Policía Judicial de 1990, cuando sufrió un decomiso de US$ 1.224.898.

Podía matar el tiempo en el Tucson Mall, haciendo compras sin prisas, mientras esperaba a que su tío Roberto Beltrán Félix, conocido narcotraficante, preparara las pacas de billetes, envueltas en nylon azul, según consta en el expediente que cuenta un episodio de su vida: lo relató, tras su detención, su entonces novio, Fidel Morán Guevara, supervisor de grupo de la Policía Judicial Federal, quien tenía bajo su mando a 150 agentes dedicados a la destrucción de plantíos de drogas en la región norte del país.

Sandra es osada y dejó dejó registro documental de ello al reclamar al Departamento del Tesoro la devolución de US$ 1 millón incautado. Lo perdió por un tecnicismo: no haberlo declarado.

Sandra interpuso una queja ante la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF) por "fauna nociva" en su celda y por la negativa de las autoridades del Centro Femenil de Readaptación Social Santa Martha Acatitla de permitirle ingresar alimentos del exterior.

El secretario ejecutivo de la CDHDF, Luis Javier Vaquero Ochoa, lo confirmo: “Se ha quejado de que no le permiten ingresar alimento y también de que hay alguna fauna nociva en su estancia, como chinches”.

El subsecretario de Gobierno del Distrito Federal, Juan José García Ochoa, descartó que en el área donde permanece Ávila Beltrán haya "fauna nociva"; sin embargo, dijo que se fumigó el espacio, se le proporcionó un desinfectante y se notificó a la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF).

En entrevista, García Ochoa precisó que Ávila Beltrán permanece en una zona especial del área de ingreso del Centro Femenil de Readaptación Social de Santa Martha Acatitla, vigilada las 24 horas del día con 3 turnos y con ayuda de cámaras de vigilancia.

Detalló que la detenida es valorada técnicamente para después trasladarla al área de población bajo el régimen de aislamiento, debido a su perfil y tendrá que ganarse la confianza de las autoridades de la institución penitenciaria para permitirle el acceso a otras zonas.

La Reina desentona entre las reclusas

Por: El Universal

Su carácter y la vestimenta que usa para recibir a sus visitas destacan entre sus compañeras, quienes parecen alabarla.

-------------Penal de Santa Martha Acatitla, en Ciudad de México.
--------------Un momento para la distensión en la cárcel.
----------------Sandra Ávila Beltrán al ingresar en el penal.

MÉXICO, D. F. Martes, 15 de Enero de 2008. Vestida con blusa y pantalón beige entallado, chamarra corta afelpada en tono mostaza con adornos formados con lentejuelas doradas, gruesos lentes blancos contra el sol que combinan con sus zapatos de tacón que la levantan 11 centímetros del piso, Sandra Ávila Beltrán sale de su celda, la zona más aislada del penal de Santa Martha Acatitla para darle voz a su cautiverio.

El maquillaje en tono oscuro y las pestañas bañadas en rimel agrandan sus ojos, por lo que su rostro contrasta con aquellas fotos de su detención cuando miraba a la cámara entre coqueta, altiva y literalmente, sin rubor.

Eso sí, hoy como ayer sigue con la sonrisa tatuada. Sí, con su esmerado arreglo parece que dejó su celda del segundo nivel del dormitorio A para irse a una cena ambientada con música de banda y después, bailar de manera obligada una de sus canciones favoritas a mitad de la pista.

A diferencia del resto de las internas, Ávila Beltrán, identificada por las autoridades como ‘La Reina del Pacífico’, originaria de Tijuana, pero avecindada desde niña en el estado de Sinaloa, recibe ahí a sus familiares y no, en los dos grandes patios como lo hacen el resto de las internas.

“Es por seguridad”, comenta en su oficina el subsecretario de gobierno capitalino Juan José García Ochoa, quien subraya que desde la muerte de El Caníbal, hacen marcaje personal a Sandra para evitar otro “suicidio” y de paso, la avalancha de críticas en su contra.

García Ochoa conoció a Sandra días después de que ella se quejó ante la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal porque el lugar estaba atascado de chinches, por lo que se fumigó de inmediato.

A mediados de octubre, el funcionario acudió a un acto donde se dieron a conocer algunas actividades de las internas. Los presentó la directora del penal femenil, Margarita Malo y de acuerdo a algunas de las internas que estuvieron presentes, García Ochoa hizo una caravana que remató con un enfático “¡a sus órdenes señora!”.

Cuando se le cuestiona, él lo niega y asegura que solamente preguntó que cómo la estaban tratando, no más.

Un día cualquiera

Es jueves 9 de enero, la cita está pactada a las 11 de la mañana, aunque ella se presenta unos minutos tarde porque “Sandra se está bañando”, según explica Ricardo, custodio de modales tipo empleado de la diplomacia que anuncia el arribo del embajador y no de un uniformado acostumbrado a lidiar con unas mil 800 reclusas en turnos de 24 horas de trabajo por 48 de descanso.

“Sí, mis compañeros me critican por eso, dicen que aquí hay mucha escoria, que debo ser duro, pero las internas son seres humanos. Quiera Dios que yo nunca esté como acusado”, confía luego de santiguarse. Amén.

Ese día, Ricardo es el guardia que escolta a las visitas de Sandra tras pasar la aduana de ingreso general hasta llegar a la planta baja del edificio A. Ahí hay un amplio comedor, hileras de sanitarios, dos áreas verdes y un patio enfrente.

Arriba están las celdas. Es el hábitat de Sandra desde finales de septiembre. Cuando hace su arribo, La Reina del Pacífico llega con el cabello suelto, aún húmedo, en un tono que pasó de negro a negrísimo, acompañada de una custodia y un trío de internas a sus espaldas, que lo mismo le alcanzan cigarros o que van a la tienda que está a unos cuantos metros, siempre viendo hacia todos lados sin ver.

A su paso, Sandra va repartiendo miradas que tienen regreso, también hay besos, saludos y alguna frase al oído de otra reclusa que termina con una sonrisa cómplice.


Se mueve como si llegara a un restaurante del club de moda para tomar té de sabor exótico con un grupo de amigas que van a hablar de todo y nada. Su voz, actitud y semblante son los de una mujer que acaba de estrenar camioneta del año y no los de una acusada que está en la agenda de Estados Unidos para ser extraditada por sus presuntos nexos con el narcotráfico tras ser detenida el 28 de septiembre de 2007.

“Creo que la confianza en sí misma, es algo que molesta, pero no entiendo por qué”, comenta molesta al momento que aflora su acento norteño. Cuando habla, mueve su mano izquierda donde destaca un anillo blanco con piedras incrustadas que parece quebrar su dedo anular.

Se le pregunta si llevaba puesta la joya cuando le robaron sus pertenencias, por lo que abre más los ojos para aclarar que “adentro, nadie me ha hurtado nada, pero afuera, las autoridades federales me robaron mi libertad”.

A la par de la salutación, ella se decide por el área verde que está a su derecha y señala una de las 12 mesas que están debajo de las dos palapas que tiene esa esquina y que ya limpia la más menuda de sus acompañantes En los patios, las mesas que están debajo de las palapas se alquilan a los familiares hasta en 50 pesos, mientras que las plegables se cotizan en 30, dinero que se reparten un puñado de internas, custodios y otras autoridades.

Las otras dos internas, también vestidas de beige, pero ellas sí, con moda tipo uniforme escolar —colores oficiales de las que aún no han sido sentenciadas— se sientan unos pasos más allá, en tanto la custodia ocupa la mesa más cercana a Ávila Beltrán.

En esa zona, están las reas que no tienen visita, por lo que el aislamiento provoca un ambiente cordial, casi como de centro de reflexión. La uniformada baja el volumen del radio para reforzar el silencio y por sus gestos, parece que quiere hacer crecer sus orejas, pero tras moverse de un lado a otro, agacha la cabeza con resignación.

La oficial, es la única autorizada para estar en la celda de Ávila Beltrán hasta que la releven, además, puede estar otra interna, la que ella ha autorizado para llevar a cabo el aseo, lavar su ropa, o cocinarle, como lo hacen con las que pueden pagar.

Así, evita el llamado rancho, que es el desayuno, comida o cena que se preparan en el penal y que La Reina ha probado en alguna ocasión. Ese día, sus familiares le llevaron comida, por lo que esta vez se abstiene con un ensayado, por lo melodioso, “no, gracias”.

Mientras platica, sus compañeras le preguntan si quiere esto o lo otro, a veces a gritos desde las escaleras de otros pisos, lo que rompe con el ambiente de monasterio, pero no, ella ya se tomó un café.

Al parecer no tiene celular, como ocurre con muchas de ellas, ya que en una de sus bolsas lleva una tarjeta Ladatel, opción que usa cada vez más frecuentemente, aunque se queja de que las casetas están muy dañadas.

Por disposición oficial, cuando una persona del exterior reciba una llamada del penal, debe escuchar una grabación donde se le notifica el origen de la misma, sin embargo, unas casetas la tienen y otras no, ya que las internas se cooperaron para pagar algunas líneas libres.

El motivo, muchas de las reclusas llaman a los domicilios de otras internas para extorsionar a los familiares, ya sea para dar protección o cobrar adeudos por compra de drogas y préstamos, o bien, simplemente quieren el anonimato, que no sepan dónde están.

Una de ellas, es Teresa, quien hace unos días la regresaron a su celda con todo y maleta por algún papeleo, por lo que las decenas de abrazos quedaron en un simulacro de despedida.

Teresa, cuando otorga un préstamo, exige el 100 por ciento de intereses sobre el monto en un plazo de 24 horas. Si hay atraso, presiona a la rea, a su familiar durante el día de visita o de plano, llama a su casa y a la par, la deudora es golpeada junto con otras internas más.

El encuentro con Sandra es obligado. Es para que decida si concede o no, una entrevista, situación que no la emociona, porque “se han escrito muchas mentiras sobre mí, parece que hay línea de la Procuraduría General de la República (PGR)”.

Se le propone una entrevista telefónica, aunque finalmente acepta el encuentro porque, “cuando hablo, me gusta que me miren a los ojos", reclama.

Sandra Ávila Beltrán se burla de los Afis (Agentes federales de investigación)

Por: El Universal

"No tenían ninguna prueba para llevar a cabo mi detención", asegura.


MÉXICO, D.F. Miércoles, 16 de Enero de 2008. ¿De que se reía Sandra Ávila Beltrán cuando fue detenida?, se le pregunta a la llamada Reina del Pacífico, a unos pasos de su celda del penal femenil de Santa Martha Acatitla, ya que esa imagen se quedó en la memoria colectiva, más que los cargos de la Procuraduría General de la República (PGR) en su contra.

Tras escuchar la pregunta de lo que ocurrió aquel 28 de septiembre de 2007, ella se acomoda en su asiento, se quita los gruesos lentes contra el sol para mirar primero de reojo a sus compañeras de castigo y terminar torciendo su cuello de un lado a otro, como en aquellas fotos, donde siempre mira de frente y altiva a la cámara.

El tono de su voz escupe impotencia, una dosis de rabia que acaba en mero hartazgo, pues aclara que es una de las preguntas que más le han hecho en cuestionarios que le han hecho llegar las autoridades y que no ha querido responder.

"Porque los Afis no tenían ninguna prueba para llevar a cabo mi detención", dice manoteando un poco, como para remarcar las palabras", "la verdad me dieron y me dan risa, ya que los cargos que me imputan, como lo he dicho, se han derrumbado en las audiencias y como ejemplo, está un maquinista supuestamente relacionado conmigo del que aseguran en las acusaciones llevó un cargamento de droga, en la fecha en la que él ya estaba detenido con una diferencia de varios días. "Esto ya se demostró", subraya.

Menciona que luego de ser detenida, las autoridades judiciales le ordenaron que se sentara frente a un polvoso escritorio para acabar de integrar su expediente antes de ser trasladada al penal donde le preguntaron sus generales.

—¿Nombre?, se le preguntó.
—Sandra Ávila Beltrán
—¿Apodo?
—No tengo -respondió.
—¿Qué cual es su alias? ¿No es usted 'La Reina del Pacífico'? -insistió el empleado de la PGR.
—¡Ya les dije que no tengo! ¡Ese apodo lo inventó el gobierno federal, y si hubiera justicia, los que deberían estar siendo juzgados y acusados deberían ser ustedes y no yo, para que rindan su declaración sobre el tráfico de drogas!, recordó.

Ávila Beltrán acaba de hablar y se desahoga, ya que de manera inmediata recupera el trato amable y voz mesurada que llevó la mayor parte de la plática, la cual se prolongó un par de horas.

Afirma que en sus primeros días en Santa Marta Acatitla, cuando se presentó ante el psicólogo, para elaborar su perfil en la materia, escuchó la misma pregunta, por lo que ella dio la misma respuesta, ante lo que el especialista respondió con un "eso es lo que quería escuchar".

Así, sin alzar la voz, se sigue para remarcar su malestar contra aquellos spots del gobierno federal donde destaca su imagen en el recuento del combate al crimen organizado, como parte del Primer Informe del presidente Felipe Calderón.

"Es injusto que saquen las imágenes de mi detención como parte de sus supuestos logros en el combate al narco, cuando no me han sentenciado por nada, porque nada tienen", suelta como en cámara lenta.

En la plática con Ávila Beltrán no hay lágrimas, sus ojos se mantienen secos y siempre fijos sobre su interlocutor, tampoco existen las frases estridentes de inocencia, ya que insiste: sólo quiero tener un juicio justo, sin montajes o acciones prefabricadas.

"Lo peor, y por eso digo que parece que hay línea de la PGR hacia la mayoría de periódicos, es la bajeza de sacarme compartiendo planas con el chino Zhen Li Ye Gon, a quien se le encontraron cientos de millones de dólares. Y no somos la misma cosa", remarca.

Para rechazar la paternidad de etiqueta de La Reina, enfatiza que ella es una persona que se ha dedicado a la compra-venta de bienes raíces la mayor parte de su vida, por lo que reitera que su conducta "no confirma el montaje de la PGR o cualquier creación literaria, porque también rechazo cualquier afirmación de Arturo Pérez Reverte de querer avalar con mi historia, su novela La Reina del Sur".

La Reina tiene sus tesoros
Aseguran a Sandra Ávila piezas del metal precioso: pulseras, plumas, aretes, dijes y anillos.

Agencia Reforma

MÉXICO, D.F. — 19 de noviembre de 2007. Como en un cuento de hadas, La Reina del Pacífico poseía su propio tesoro.

Tenía una debilidad especial por el oro y las joyas, especialmente los relojes... aunque la monarquía ya no es lo que era, y Sandra Ávila Beltrán compraba la despensa en el Sam’s Club.

Luego de que fue aprehendida el 28 de septiembre de 2007, logró conocerse parte del expediente que tiene la PGR por lo menos desde el 2003, en el que queda claro que la presunta narcotraficante invertía buena parte de sus ganancias en piezas de oro.

Entre otros objetos que le fueron decomisados antes de detenerla se encontraban relojes, hebillas, plumas, aretes, dijes, anillos, cadenas, pulseras y hasta una cucharita.

En una de sus residencias las autoridades decomisaron un lote de 106 joyas, entre los que se encontraban 18 relojes, cada uno de ellos con un precio superior a los 1.500 dólares.

Por ejemplo, La Reina del Pacífico tenía un Corum Admiral‘s Cup de mujer, cuyo valor en el mercado es de 14 mil 800 euros, equivalente a unos 232 mil 731 pesos (23.274 dólares).

También poseía un Chopard Happy Sport adornado con zafiros, que cualquier joyero pagaría por él no menos de 110 mil pesos (11.000 dólares).

La colección incluía un Chopard Geneve con diamantes, un Piaget, un Philippe Charriol y el infaltable Rolex, en este caso del modelo clásico Oyster Perpetual DateJust.

Pero el tesoro de La Reina del Pacífico era mucho más grande.

Además de los relojes, Ávila Beltrán poseía una larga lista de joyas para lucirlas en cualquier ocasión, entre ellos 26 diamantes, dos esclavas de oro, cuatro brazaletes, 12 pulseras, cuatro cadenas, seis gargantillas y ocho anillos. Todo en oro.

Algunas de las piezas estaban fabricadas con figuras de sirenas, víboras o águilas. En su casa fueron halladas dos hebillas de oro, una en forma de cabeza de caballo con diamantes. La otra formaba el nombre de Héctor en relieve, con 34 diamantes y once esmeraldas.

Una de sus joyas favoritas eran los dijes de oro de entre 8 y 14 kilates. Las autoridades hallaron 18 de ellos con formas tan diversas como la cruz cristiana, la estrella de David, el busto de Tutankamón, la figura de un niño o las letras JL.

Había también una cucharita de oro y una pluma Cartier, modelo Must, de oro y acero.

Su gusto por el metal dorado no era algo que ocultara. Tenía reconocimiento oficial de la Cámara Nacional de la Industria de Platería y Joyería, que le expidió una credencial... con su verdadero nombre.

http://es.youtube.com/watch?v=bWvbagSr6BQ&feature=related

http://espanol.search.yahoo.com/search?ei=utf-8&fr=slv8-&p=YouTube%20La%20Reina%20del%20Pac%c3%adficore el tema, consultar: o power: la biografía del Tigre

Leonor Varela, actriz chilena








Hija de Francisco Varela y Leonor Palma, es de ascendencia franco-chilena y se crió en Colorado, Estados Unidos. Comenzó como modelo y luego se convirtió en actriz. Hizo su debut en Hollywood en "El hombre de la máscara de hierro", donde realizaba un pequeño papel en que bailaba con Leonardo DiCaprio.

Participó en varios proyectos para la televisión, siendo coprotagonista junto a Patrick Dempsey en "Jeremiah" y en la miniserie "Cleopatra", donde interpretó a la legendaria reina.

Ha participado también en las series "Backstage", "Inca de Oro", "A Legend to Ride", y "Poney Treck", además de en los filmes "El sastre de Panamá" y "Texas Rangers". En la televisión ha participado en "Exterme Limite" y "Sous Le Soleil", ambas de la televisión francesa, y en la telenovela chilena "Tic Tac", además de participar en la película de acción "Blade II" de Guillermo del Toro.

En enero del 2005, la cinta mexicana "Voces Inocentes", donde Leonor Varela tuvo uno de los personajes protagonistas, fue premiada por productores estadounidenses, consiguiendo el galardón dedicado a asuntos sociales "Stanley Kramer" en una ceremonia realizada en Los Ángeles. Este premio, que debe su nombre a un productor conocido por participar en asuntos sociales, fue compartido por "Voces Inocentes" y "Hotel Rwanda".

También participó en la primera temporada de la serie de la cadena Fox "Arrested Development" y estuvo a punto de aparecer en la serie norteamericana "E-Ring", pero un cambio de último minuto la alejó del elenco.

Antes de su fallida aparición en "E-Ring", Leonor había sido alejada de dos de sus proyectos más importantes; el film europeo "Gigola", y el prometedor film "Gilgamesh". A partir de ello Leonor se concentraría principalmente en el cine independiente, protagonizando junto a Joshua Jackson el film "Americano", dirigido por Kevin Noland.

Tras ello Leonor se ha concentrado en su rol protagónico y de coproductora en el film chileno "Caleuche: El Llamado del Mar", que trata sobre un mítico barco fantasma que ronda las costas del sur de Chile. También se encuentra trabajando en la comedia "Where God Left His Shoes" (Donde Dios dejó sus zapatos), en el thriller psicológico "Expecting", donde interpretará a una latina que decide comprar un hijo en forma ilegal, en la producción "Gol 2", y en la comedia para veinteañeros "Gary The Tennis Coach", donde también participan Seann William Scott (American Pie) y Randy Quaid (Secreto en la montaña).

Entre sus proyectos más interesantes se encuentra el film épico "Love and Virtue" dirigido por Raúl Ruiz y que cuenta con la participación de John Malkovich, donde interpretaría a la malvada Morgana, y la coproducción estadounidense-europea "Seed of Contention".

Por problemas de tiempo, Leonor se retiró del elenco de "¡Pega Martin Pega!", película chilena donde interpretaría a la mujer del boxeador Martín Vargas.

En octubre de 2007 interpreto a Jennifer López en la miniserie Cómo ama una mujer, basada en la vida de la cantante neoyorkina. Cómo ama una mujer cuenta con cinco capitulos de una hora, filmados en formato de cine bajo la direccion del mexicano Antonio Serrano,y que transmitio Univisión con altos indices de audiencia. La miniserie causo escándalo, pues contaba abiertamente qué pasó con la vida de Jeniffer López en el año 2004, cuando termino su relacion con Ben Affleck (interpretado por Christian De la Fuente) y se caso con el cantante puertorriqueño Marc Anthony.

Filmografía

Pony Trek (1995) - Anette
Sous le soleil (1996) - Jeanne
Le ciel est à nous (1997) - Vanessa
Bouge! (1997) - La danseuse
Jeremiah (1998) - Judith
El hombre de la máscara de hierro (1998) - Ballroom Beauty
Les parasites (1999) - Fidelia
Cleopatra (1999) - Cleopatra
Les infortunes de la beauté (1999) - Annabella
El sastre de Panamá (2001) - Marta
Texas Rangers (2001) - Perdita
Paraíso B (2002) - Gloria
Blade II (2002) - Nyssa Damaskinos
Pas si grave (2003) - Angela
¡Que te calles! (2003) - Katia
Voces Inocentes (2004) - Kella
Americano (2005) - Adela
Gol 2: Living the Dream (2006) - Jordana García
Caleuche: El llamado del mar (2006) - Isabel Millalobos
Seed of Contention (2006) - Mila

Televisión

Tic tac (TVN, 1997) - Pola Santa María
Como ama una mujer (2007) - Sofía Márquez.