La globalización hace difícil pensar en lugares aislados, pero todavía hay rincones para ocultarse.
El marinero escocés Alexander Selkirk, quien probablemente sirvió de inspiración para el personaje de Robinson Crusoe, pasó cuatro años en una remota isla del Pacífico Sur, a principios del siglo XVIII, y sobrevivió comiendo marisco y cazando cabras. Aunque no se puede decir que sus vivencias fueran exactamente "comunes", lo cierto es que los viajes marítimos de la época solían entrañar el riesgo de acabar naufragando. Hasta tal punto era frecuente que ocurrieran estas desgracias, que las cabras con las que se alimentó Selkirk habían sido dejadas por otros marineros anteriormente.
En nuestra era de transporte aéreo, los teléfonos por satélite y el turismo masivo, la aventura de Selkirk podría parecer casi imposible. Sin embargo, las historias de naufragios siguen estando igual de vivas en la cultura popular, como nos demuestran series televisivas como Perdidos o Survivor y películas como El lago azul o Náufrago.
Nuestras ensoñaciones de aislamiento total siguen igual de vivas y de intensas, pero hoy les añadimos historias secundarias de romances y de triunfar frente a la adversidad. Sin embargo, ¿podrían hacerse realidad en algún caso? Si en algún momento sentimos la necesidad de escapar de todo, o necesitamos huir, por ejemplo, de algún escándalo de soborno, ¿queda algún lugar donde ir para que nadie nos encuentre?
En fotos:
Lo malo, al menos para los que seguimos fantaseando con huir a algún rincón remoto, es que cada vez es más difícil escapar de nuestra red moderna de transportes y comunicaciones. Hay cibercafés en pueblecitos de México o de Marruecos, que no solo han transformado la vida de los habitantes del lugar, sino también el concepto mismo de ser un viajero. Las carreteras llegan a sitios donde no llegaban antes, desde los barrios ricos de Estados Unidos a rincones como la Patagonia, esa inhóspita región del extremo sur de Sudamérica donde en el 2000 se terminó de construir la Carretera Austral.
Además, la cobertura de los móviles se extiende rápidamente por todo el mundo. ¿Con qué rapidez? El gobierno indio afirma que el número de conexiones inalámbricas del país ha aumentado un 68%, de 99 millones a 166 millones de conexiones en el año que concluyó el 31 de marzo pasado. Esto supone más de 5 millones de conexiones nuevas al mes en un solo país.
"Los rincones que están todavía realmente desconectados en el mundo son cada vez menos, y decrecen con rapidez", afirma Ethan Zuckerman, que estudia el uso de la tecnología en los países en desarrollo desde el Berkman Center for Internet and Society. Por ejemplo, señala un mapa de cobertura del mayor operador de Uganda, que da servicio a un 70% de las zonas habitadas.
Mientras tanto, si podemos permitirnos un caro teléfono por satélite, como el Thuraya (muchos modelos rondan los mil dólares estadounidenses), tendremos cobertura prácticamente en cualquier rincón desde donde podamos ver el cielo. Zuckerman afirma: "Con dinero suficiente, no hay ningún lugar del planeta donde estemos realmente desconectados, salvo que queramos estarlo".
Obviamente, toda esta conectividad tiene grandes ventajas, y no solo para los inversores en telecomunicaciones. Los nómadas mongoles usan sus móviles para hablar de los patrones meteorológicos y los precios del ganado en una gran extensión de tierra. Los proyectos de rescate en caso de catástrofes cuentan con la ayuda de las comunicaciones por satélite. Y los estadounidenses de a pie que se equivocan en una salida y se quedan sin gasolina pueden usar el móvil para pedir ayuda, en lugar de llamar a la puerta de la granja más cercana.
Sin embargo, es posible que también estemos perdiendo algo: la habilidad de estar solos con nuestros pensamientos, en contacto con nuestro entorno más cercano, y de poder contar con nuestras propias habilidades y valentía. También hemos perdido posibilidades de vivir aventuras en nuestro día a día. Quizás llamar a la puerta de la granja más cercana no sea la opción más segura, pero no carece del atractivo de lo desconocido.
Además, también se puede decir que las comunicaciones solo son una forma de dar salida a nuestras peores tendencias. El escritor de viajes Rolf Potts, autor de Vagabonding: An Uncommon Guide to the Art of Long-Term World Travel (Vagabundear: una guía original sobre el arte de hacer viajes largos alrededor del mundo) nos cuenta una historia muy ilustrativa: en una ocasión se encontraba en la Patagonia chilena, en las montañas, al menos a un día de distancia de la conexión a internet más próxima, disfrutando del sonido del crepitar del fuego y un borboteante arroyo... "bebí demasiado pisco, desenterré el teléfono por satélite y, borracho, marqué el número de una exnovia que vivía en San Francisco y a quien no impresioné en absoluto, que era lo que me habría gustado -nos cuenta-. Por muy aislado que estuviera, físicamente, la tecnología satelital me permitió hacer una llamada absolutamente inútil a alguien que se encontraba en otro hemisferio".
Afortunadamente, todavía existe la posibilidad de escapar de esta gran red. Solo que ahora se necesita más tiempo, más esfuerzo y más voluntad de hacerlo que antes. Después de hablar con expertos en viajes, he conseguido elaborar una lista de nuestros lugares favoritos para escapar de la civilización. Se trata de lugares donde las comunicaciones son inestables, el transporte imposible y el paisaje, maravilloso. Sin embargo, una nota de advertencia: en casi todos estos lugares se requiere un buen equipo de acampada, una buena forma física y quizás incluso una cierta habilidad para la caza.
Para Potts, el mejor sitio para escapar es Mongolia. Su capital, Ulán Bator, es una de las pocas de toda Asia donde no encontramos un McDonald's ni un Starbucks, según Jalsa Urubshurow, un estadounidense de origen mongol, fundador de la agencia de viajes Nomadic Expeditions. A una hora de la capital, las familias duermen en gers, o tiendas redondas, y viven de lo que les da la tierra. "Es como viajar al pasado", afirma Urubshurow. Menos de 1000 kilómetros de carreteras pavimentadas en un millón y medio de kilómetros cuadrados, y una población que no llega a los 3 millones de habitantes... Sin duda, un lugar donde abundan las oportunidades de perderse a propósito.
En nuestra lista hemos incluido también Papúa Nueva Guinea, entre el mar de Coral y el Pacífico Sur, donde la cobertura telefónica se limita a la capital y algunas ciudades y la limitada red de carreteras y el terreno tan irregular hacen que el avión sea la mejor forma de moverse por el lugar. Buena parte de la isla está cubierta por una densa cubierta de vegetación que dificulta incluso las comunicaciones por satélite. Pero ya no hay que preocuparse: los locales aseguran que hace décadas que ya no hay prácticas caníbales en el lugar.
Irónicamente, el archipiélago de Juan Fernández, el grupo de islas donde naufragó Alexander Selkirk y que hoy pertenece a Chile, no ha entrado en nuestra lista. Hace cuatro décadas, con el fin de fomentar el turismo, el gobierno cambió el nombre de dos islas: una se llama hoy "Alexander Selkirk" y otra "Robinson Crusoe". Hoy, la mayoría de los visitantes llega en avión, en un vuelo de solo 2 horas y media desde la capital de Chile.
Forbes Por: Elisabeth Eaves
El marinero escocés Alexander Selkirk, quien probablemente sirvió de inspiración para el personaje de Robinson Crusoe, pasó cuatro años en una remota isla del Pacífico Sur, a principios del siglo XVIII, y sobrevivió comiendo marisco y cazando cabras. Aunque no se puede decir que sus vivencias fueran exactamente "comunes", lo cierto es que los viajes marítimos de la época solían entrañar el riesgo de acabar naufragando. Hasta tal punto era frecuente que ocurrieran estas desgracias, que las cabras con las que se alimentó Selkirk habían sido dejadas por otros marineros anteriormente.
En nuestra era de transporte aéreo, los teléfonos por satélite y el turismo masivo, la aventura de Selkirk podría parecer casi imposible. Sin embargo, las historias de naufragios siguen estando igual de vivas en la cultura popular, como nos demuestran series televisivas como Perdidos o Survivor y películas como El lago azul o Náufrago.
Nuestras ensoñaciones de aislamiento total siguen igual de vivas y de intensas, pero hoy les añadimos historias secundarias de romances y de triunfar frente a la adversidad. Sin embargo, ¿podrían hacerse realidad en algún caso? Si en algún momento sentimos la necesidad de escapar de todo, o necesitamos huir, por ejemplo, de algún escándalo de soborno, ¿queda algún lugar donde ir para que nadie nos encuentre?
En fotos:
Lo malo, al menos para los que seguimos fantaseando con huir a algún rincón remoto, es que cada vez es más difícil escapar de nuestra red moderna de transportes y comunicaciones. Hay cibercafés en pueblecitos de México o de Marruecos, que no solo han transformado la vida de los habitantes del lugar, sino también el concepto mismo de ser un viajero. Las carreteras llegan a sitios donde no llegaban antes, desde los barrios ricos de Estados Unidos a rincones como la Patagonia, esa inhóspita región del extremo sur de Sudamérica donde en el 2000 se terminó de construir la Carretera Austral.
Además, la cobertura de los móviles se extiende rápidamente por todo el mundo. ¿Con qué rapidez? El gobierno indio afirma que el número de conexiones inalámbricas del país ha aumentado un 68%, de 99 millones a 166 millones de conexiones en el año que concluyó el 31 de marzo pasado. Esto supone más de 5 millones de conexiones nuevas al mes en un solo país.
"Los rincones que están todavía realmente desconectados en el mundo son cada vez menos, y decrecen con rapidez", afirma Ethan Zuckerman, que estudia el uso de la tecnología en los países en desarrollo desde el Berkman Center for Internet and Society. Por ejemplo, señala un mapa de cobertura del mayor operador de Uganda, que da servicio a un 70% de las zonas habitadas.
Según afirma, "hoy es bastante común encontrar rincones de África que cuentan con una buena cobertura móvil, pero carecen de electricidad". Por cierto, que los usuarios cargan sus teléfonos con generadores o con la batería del coche.
Mientras tanto, si podemos permitirnos un caro teléfono por satélite, como el Thuraya (muchos modelos rondan los mil dólares estadounidenses), tendremos cobertura prácticamente en cualquier rincón desde donde podamos ver el cielo. Zuckerman afirma: "Con dinero suficiente, no hay ningún lugar del planeta donde estemos realmente desconectados, salvo que queramos estarlo".
Obviamente, toda esta conectividad tiene grandes ventajas, y no solo para los inversores en telecomunicaciones. Los nómadas mongoles usan sus móviles para hablar de los patrones meteorológicos y los precios del ganado en una gran extensión de tierra. Los proyectos de rescate en caso de catástrofes cuentan con la ayuda de las comunicaciones por satélite. Y los estadounidenses de a pie que se equivocan en una salida y se quedan sin gasolina pueden usar el móvil para pedir ayuda, en lugar de llamar a la puerta de la granja más cercana.
Sin embargo, es posible que también estemos perdiendo algo: la habilidad de estar solos con nuestros pensamientos, en contacto con nuestro entorno más cercano, y de poder contar con nuestras propias habilidades y valentía. También hemos perdido posibilidades de vivir aventuras en nuestro día a día. Quizás llamar a la puerta de la granja más cercana no sea la opción más segura, pero no carece del atractivo de lo desconocido.
Además, también se puede decir que las comunicaciones solo son una forma de dar salida a nuestras peores tendencias. El escritor de viajes Rolf Potts, autor de Vagabonding: An Uncommon Guide to the Art of Long-Term World Travel (Vagabundear: una guía original sobre el arte de hacer viajes largos alrededor del mundo) nos cuenta una historia muy ilustrativa: en una ocasión se encontraba en la Patagonia chilena, en las montañas, al menos a un día de distancia de la conexión a internet más próxima, disfrutando del sonido del crepitar del fuego y un borboteante arroyo... "bebí demasiado pisco, desenterré el teléfono por satélite y, borracho, marqué el número de una exnovia que vivía en San Francisco y a quien no impresioné en absoluto, que era lo que me habría gustado -nos cuenta-. Por muy aislado que estuviera, físicamente, la tecnología satelital me permitió hacer una llamada absolutamente inútil a alguien que se encontraba en otro hemisferio".
Afortunadamente, todavía existe la posibilidad de escapar de esta gran red. Solo que ahora se necesita más tiempo, más esfuerzo y más voluntad de hacerlo que antes. Después de hablar con expertos en viajes, he conseguido elaborar una lista de nuestros lugares favoritos para escapar de la civilización. Se trata de lugares donde las comunicaciones son inestables, el transporte imposible y el paisaje, maravilloso. Sin embargo, una nota de advertencia: en casi todos estos lugares se requiere un buen equipo de acampada, una buena forma física y quizás incluso una cierta habilidad para la caza.
Para Potts, el mejor sitio para escapar es Mongolia. Su capital, Ulán Bator, es una de las pocas de toda Asia donde no encontramos un McDonald's ni un Starbucks, según Jalsa Urubshurow, un estadounidense de origen mongol, fundador de la agencia de viajes Nomadic Expeditions. A una hora de la capital, las familias duermen en gers, o tiendas redondas, y viven de lo que les da la tierra. "Es como viajar al pasado", afirma Urubshurow. Menos de 1000 kilómetros de carreteras pavimentadas en un millón y medio de kilómetros cuadrados, y una población que no llega a los 3 millones de habitantes... Sin duda, un lugar donde abundan las oportunidades de perderse a propósito.
En nuestra lista hemos incluido también Papúa Nueva Guinea, entre el mar de Coral y el Pacífico Sur, donde la cobertura telefónica se limita a la capital y algunas ciudades y la limitada red de carreteras y el terreno tan irregular hacen que el avión sea la mejor forma de moverse por el lugar. Buena parte de la isla está cubierta por una densa cubierta de vegetación que dificulta incluso las comunicaciones por satélite. Pero ya no hay que preocuparse: los locales aseguran que hace décadas que ya no hay prácticas caníbales en el lugar.
Irónicamente, el archipiélago de Juan Fernández, el grupo de islas donde naufragó Alexander Selkirk y que hoy pertenece a Chile, no ha entrado en nuestra lista. Hace cuatro décadas, con el fin de fomentar el turismo, el gobierno cambió el nombre de dos islas: una se llama hoy "Alexander Selkirk" y otra "Robinson Crusoe". Hoy, la mayoría de los visitantes llega en avión, en un vuelo de solo 2 horas y media desde la capital de Chile.
Forbes Por: Elisabeth Eaves