El caso del archifamoso y no menos controvertido astro del balón hace imperativo que cada hombre y cada mujer sobre el planeta aprendan y enseñen para la posteridad que los gobiernos con su indiferencia y corrupción, junto con aquellos sujetos que golpean más duro en la barra del bar, los mismos que hacen ostentación de sus divas de oportunidad -¿cuánto tienes, cuánto vales?-, inevitablemente fanáticos del gusto más ramplón, narcisistas, símbolo de la peor extravagancia, dementes violentos en todas sus manifestaciones y conductas, son los principales responsables de la más espantosa historia de sangre y desolación de nuestros tiempos, cual es el desafío planteado por el Imperio de las Drogas.
Por lo mismo, ¡tengamos compasión por Maradona y por sus miles de millones de adictos, que de los medios de comunicación no merecen una línea, una voz ni una imagen alusiva a su infierno! Pero, ¡atención!, no nos quedemos ahí en el discurso, en la oratoria, en la letra muerta o en el asombro pasivo. Mucha agua ha pasado bajo el puente desde cuando algún perverso con proyección de lucro se dio a la tarea de inocularle a la humanidad el veneno que hoy la postra.
Antes de que esta peste que azota lo social, direcciona y monopoliza en lo económico y pervierte lo político siga su olímpico derrotero, también pasemos la voz para que la gente, ¡toda la gente!, entienda que ahora mismo es preciso iniciar -basta el primer paso, ser consciente- la revolución contra el consumo de estupefacientes, pero también, contra todo aquello que contribuya a tratar de imitar a estos macabros personajes, ya porque tienen yates y autos costosos, mansiones forradas en mármol de Carrara y en oro, mujeres dignas de portada en Play Boy o fortunas intangibles. Pero de ahí no pasarán, pues están condenados a la existtencia clandestina, incluso a pesar de que sus pintas de venidos a más siempre los delatan!