jueves, 28 de octubre de 2010

¿Hasta dónde no somos maniáticos?


¿Te la pasas ordenando lo que tienes sobre el escritorio, doblas la ropa con perfección antes de guardarla, controlas diez veces si apagaste el gas o si le echaste llave a la puerta? En una de sus definiciones, una manía es una repetición de un acto determinado sin motivo aparente. Para tu tranquilidad, en mayor o menor medida todos tenemos alguna: necesitamos cerrar el placar antes de acostarnos o enderezar los cuadros que están torcidos o tener luces encendidas en la casa.

En realidad, todos los niños pasan por una etapa obsesiva en la cual suelen pisar las baldosas de la vereda esquivando las líneas, o cuentan los autos rojos o negros en la calle o suman los números de las licencias. Hasta allí es normal.

En cambio si uno necesita como Monk, el protagonista de la serie de TV, lavarse las manos cien veces al día, no puede tomar agua sin enjuagar el vaso tres veces y se lo pasa controlando todo a toda hora ya no es sólo un aspecto divertido de la personalidad sino que pasa a ser un problema más serio que seguramente requiere tratamiento psicológico. El caso extremo de esto es el TOC (trastorno obsesivo compulsivo) precisamente lo que sufre Monk.

Según la Dra. María Elena Moura, las manías deben observarse porque pueden alterar las actividades de vida cotidiana y deteriorar la convivencia. Estas repeticiones o rituales se originan por lo general en personalidades muy rígidas y estructuradas a las que las que angustia romper un cierto orden que precisan mantener.

Las manías más comunes, aparte de las relacionadas con el orden de los objetos, son la de contar y clasificar todo, la exagerada dedicación al trabajo (cuando no es necesario), la excesiva rigidez respecto de la puntualidad propia y ajena, el miedo irracional a la enfermedad y los contagios, el afán por acumular objetos sin desprenderse de nada y el ahorro excesivo "por lo que pueda suceder en el futuro". Pero existe otra manía, bastante frecuente por cierto y más específicamente femenina, la del orden y la limpieza.

Vivimos en una casa que es necesario limpiar. Limpiar es aburrido, cansador y rinde poco porque todo se ensucia enseguida de nuevo. Está bien vivir en un lugar limpio pero ¿en qué momento dejamos de ser limpias para ser maniáticas? En el momento en que nos separamos de nuestra realidad doméstica y pretendemos imposibles.

En cuanto haya bebés, niños y adolescentes, el orden y la limpieza son apenas posibles. La vida es una suma de fases y vamos de una a otra al ritmo del paso del tiempo y del cambio de las circunstancias en las que vivimos. Al casarnos y estrenar casa nos dedicamos al detalle, a las carpetitas, las flores frescas y los adornos. Todo reluce porque es nuevo y porque dos adultos medianamente ordenados no provocan caos. El Kaos con mayúscula comienza cuando llegan los niños. Juguetes por toda la casa, sillas altas y cochecitos de paseo en los rincones, manos marcadas en todas las paredes, son solo los datos mínimos de una familia normal. Y conviene aceptar que no se pueden mantener siempre ordenados los juguetes del bebé, los juegos de los niños y las ropas que se cambian permanentemente los adolescentes, a menos que nada de todo eso se use.

¿Cómo se hace entonces para tener la casa prolija sin caer ni en el caos ni en la obsesión? ¿Cómo determinar cuál es la cantidad de orden necesario, cuánta limpieza hace falta para vivir bien sin exagerar? Digamos que si en todas partes hay ropa tirada, la cocina está llena de platos sin lavar y sobre los muebles se puede escribir por la cantidad de tierra... estamos decididamente en el caos. Si acabamos de lavar el piso y no queremos que nadie entre en la casa o si no queremos dar la mano por temor a las enfermedades y andamos por la vida como Monk... estamos en problemas.

Lo que hay que tener en cuenta

Lo normal es limpiar, no es sano limpiar sobre lo limpio. Cualquier actividad es más divertida que limpiar.

Es inevitable tocar cosas sucias en la calle o en medios de transporte pero para defendernos tenemos anticuerpos. Es correcto y necesario lavarse muy bien las manos al llegar a casa.

Está bien llevar alcohol en gel en la cartera para cuando haga falta fuera de casa pero el exceso de limpieza y cuidados provoca que los niños tengan bajas defensas.

Ninguna casa se cae porque los vidrios estén sucios, porque un tapizado esté manchado o por una pila de ropa acumulada sin planchar. La vida corre por otros carriles y hay que aprender a conciliar y a limpiar después de las visitas y no tanto antes. Pero si sientes que el tema de la limpieza, o cualquier otro para el caso, se está volviendo obsesivo, te lleva demasiado tiempo y no puedes dejar de pensar en él no vaciles y consulta con un profesional para que te ayude.

Por Daniela Di Segni